Cuando se hace contacto con una persona por primera vez solemos presentarnos formalmente esperando recibir la misma información personal que nosotros ofrecemos, comúnmente damos nuestro nombre y decimos, mucho gusto en conocerlo o conocerla, inclusive eventualmente decimos, a sus órdenes. A continuación, una anécdota que ilustra lo bello y memorable de un encuentro con un desconocido.

 

La Universidad Louis Pasteur se encuentra en la ciudad francesa de Estrasburgo y está ubicada en un sobrio edificio del siglo XIX, en excelente estado de conservación, sin embargo, en su interior se puede observar el equipamiento más moderno en las diferentes áreas científicas y profesionales, sucede que este binomio de modernidad y estilo neoclásico ofrece al visitante, particularmente a los alumnos y profesores, una atmósfera adecuada para el aprendizaje y la investigación.

 

En esta bella zona de la Alsacia, hoy francesa, se puede encontrar un crisol intercultural que durante siglos han mezclado lo alemán y lo francés, por decirlo de un modo amable, aunque también en el siglo XX fue escenario de sangrientas fricciones militares durante la Segunda Guerra Mundial y en particular de actividades de la resistencia francesa al nazismo.

 

El Dr. Robert Frank QPD, director de la facultad de Odontología y notable investigador científico en ese campo académico, también fue parte de esos tristes episodios durante su juventud y con quien tuve el placer de convivir un par de días con él durante el curso que me invitó a impartir en su universidad, a principios de la última década del siglo pasado, y donde tuve la oportunidad de conocer la sencillez y la nostalgia.

 

Resulta que durante uno de los descansos de mi trabajo en esa universidad salí a caminar a los patios de la misma, que por cierto parecen como de un castillo o convento, y me senté solo en una banca de piedra sin respaldo admirando la arquitectura de los exteriores del edificio, de pronto a mi espalda paso caminando de modo despreocupado, al parecer un docente de bata blanca y en francés me dijo buenos días, sin detenerse, pero al contestarle en castellano (reconociendo que mi francés es bastante limitado)  él se detuvo regresando hacia mí preguntándome si yo era español a lo que respondí que era mexicano, esto le llamó la atención pidiéndome permiso para sentarse conmigo, a lo cual accedí e  hizo lo propio estrechando mi mano, me observó por  un momento y me dijo su nombre, Jean Marie, a lo que contesté con el mío.

 

Sin mayor preámbulo me preguntó qué hacía yo en ese momento en la universidad y a qué me dedicaba, contestándole que un curso de Odontología, él me contestó que era químico y me preguntó si yo conocía a los Mayas ya que era mexicano, realmente le contesté que la cultura maya era muy extensa a lo que tajantemente respondió que eso ya lo sabía pues había estudiado a los mayas casi toda su vida.  Lo que en realidad quería saber era si yo había estado en los lugares mayas alguna vez, le contesté que sí, que varias veces, en ese momento dejo los libros y papeles que traía en las manos y me contó que el sueño desde su infancia y juventud había sido estar en Uxmal, Chichen Itza, Tulum, etc., mencionando muchos más lugares de los que yo conocía, haciéndome saber que ahí estaba la verdadera sabiduría y el conocimiento puro de nuestra realidad y que no se daría por vencido hasta no visitar esos lugares, que su trabajo y compromisos se lo habían impedido por tantos años. Dicho lo anterior me felicitó por ser mexicano y conocer a los mayas, se despidió dándome su tarjeta y se retiró hasta perderse en un pasillo y la arquitectura del centenario edificio.

 

Yo regrese a mi curso y al final el Dr. Frank nos invitó a conocer su laboratorio donde se estaba llevando a efecto un trabajo extraordinario de caries dental, al llegar nos presentó a cada miembro de su equipo de trabajo y entre ellos reconocí al químico amante de los Mayas y nos lo presentó como la joya del equipo pues no era común que un premio Nobel estuviera involucrado en caries dental, él era Jean Marie Lehn, premio Nobel de Química 1987.

 

La vida a cada momento nos da lecciones de gratitud, sobre todo cuando personas de altos estudios y logros superlativos se inclinan con humildad a lo que ellos consideran todavía más alto de las esferas donde ellos mismos han brillado. Cuanta falta les hace a muchos abandonar ese verbalismo colonial metalizado que padecen y entender la dimensión exacta de su conocimiento frente a la universalidad, por eso digo que la nostalgia de Lehn por no conocer los sitios Mayas, que pudieran ser no tan importantes para otros, convierte lo magnífico en sencillo. Deseo aclarar que para muchos podría considerarse este pensamiento como humildad, pero realmente no tiene nada de humilde, sino que es extremadamente soberbio, sí, pero entendiendo soberbia con la magnificencia de la sencillez.

 

Querido lector, ¿usted qué opina?